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Era impresionante. También emotivo, ver los cientos de personas, muchas de ellos y ellas mayores, pero no faltaban jóvenes, e incluso un par de familias con niños pequeños, que participan este mes en la Desbandá, una ruta de alrededor de 200 kilómetros desde Málaga a Almería. Caminan en recuerdo y homenaje a los miles de víctimas de un genocidio horroroso, una masacre indiscriminada hace 88 años, cuando dos tercios de la población huyeron Málaga en febrero de 1937. Los lideres políticos y militares de la Republica acabaron de abandonar la ciudad y bajo el mando de Franco, las tropas italianas de Mussolini y el ejército marroquí estaban ya a punto de llegar, provocando terror y pánico entre la población civil. El terror de la gente tenía razón. El General Queipo de Llano que llevaba los sublevados había dado amenazas como estas:
“Ya conocerán mi sistema: Por cada uno de orden que caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos, y a los dirigentes que huyen, no crean que se librarán con ello: les sacaré de debajo de la tierra si hace falta, y si están muertos los volveré matar.”
“Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y de paso también a sus mujeres. Esto está totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas practican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres y no milicianos maricones. No se van a librar, por mucho que berreen y pataleen.”
La gente llevaba lo que podía, incluso sus animales: familias con niños pequeñas en brazos, ancianos, enfermos… caminando día tras día, con llagas en los pies, algunos descalzos, dejando en la carretera por necesidad sus pocas posesiones y en muchos casos sus muertos. Algunos murieron de fatiga o de hambre en el camino; muchos más de los bombardeos por aviones alemanes o desde buques en el mar o por tierra, donde los atacaron los militares sublevados contra la República.
Me impresionaba también la participación en la Marcha conmemorativa de algunos sobrevivientes, gente mayor que como bebes o niños pequeños habían vivido esa pesadilla y tenían memorias, o al menos historias contadas por sus padres sobre el éxodo. Un gran número de los participantes caminan la ruta entera de ese homenaje (anual desde 2017). Otros, como yo, solo un día o varios días de las diez etapas, lo que puedan. Duermen en el suelo en centros deportivos para seguir el día siguiente. Durante la ruta hacen homenajes en sitios donde hay monumentos a las víctimas. Durante el día en cual participé en la Marcha, escuchaba historias de uno u otro participante, contando lo que habían sufrido sus familias en la Guerra y en los largos años de la dictadura. Eran familias normales, humildes, perseguidas y castigadas por ser republicanos, nada más.
En Salobreña, donde vivo ahora, hay al lado del rio Guadalfeo, en el centro de una rotunda, un memorial a los refugiados. Los que habían sobrevivido hasta entonces esperaban salvarse una vez cruzado el rio, al llegar a territorio republicano. Pero ese año de 1937 después de mucha lluvia, el rio había crecido y el único puente había sido destruido. Los refugiados desesperados no tenían otra opción que intentar cruzar el rio, entrando en el agua. Algunos lo consiguieron; otros muchos fueron arrastrados al mar donde se ahogaron.


En mi novela, El Gen Rojo, hay una parte donde la enfermera inglesa Rose trabaja con algunos de esos refugiados en un hospital convaleciente en la provincia de Murcia. Habla del trauma y el sufrimiento de las mujeres y niños, los efectos físicos y mentales sufridos por muchas de ellas:
—¡Franco, señorita! ¡Franco! — El niño se aferró al uniforme de Rose mientras la sirena antiaérea emitía su siniestro chillido. Los niños saltaban de sus camas y corrían hacia ella aterrorizados. La pesadilla de la retirada de Málaga aún los perseguía. Rose no podía quitarse de la mente las horribles escenas descritas por las madres de aquellos niños, las que habían sobrevivido. La pesadilla de ser atacados por aire y por mar, ametrallados y bombardeados mientras huían con todo lo que podían llevar a la espalda o en carros abarrotados. La pesadilla de ver a hombres, mujeres y niños muertos o agonizantes en las cunetas, mulas tendidas con las patas en el aire junto a la carretera.
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Almería y Murcia estaban ahora anegadas de refugiados. Los intentos de distribuirlos por los pueblos vecinos y de crear colonias infantiles habían tenido un éxito relativo. Pero la población local apenas tenía qué comer y, con semejante avalancha, la malnutrición hacía estragos. Rose quedó horrorizada cuando vio a un niño de cuatro años cuyas extremidades no eran mayores que las de un bebé de seis meses. Donde debería haber habido músculos, las repetidas inyecciones habían provocado unos terribles abscesos.
El otro propósito de las marchas memorialistas es rescatar del olvido la verdad de lo que pasó. Fue la primera vez en la historia en que la población civil se convirtió en objetivo militar en una guerra. Pero desde entonces… No ha cambiado nada. Esa barbaridad se repite hoy en día, en Gaza y en otros países, otras guerras, y vemos a diario imágenes y reportajes igual de horroroso. Por eso es importante que la gente sepa y aprende para no volver a repetirlo nunca más, ni en España ni en cualquier otro país. Con ese motivo, este año se ha declarado la ruta de la Desbandá como Lugar de Memoria Democrática.




